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Monday 7 February 2011

Secretos Confesables. Cap.2: Mi primera hada verde

Instrucciones para leer (bien) este post: Primero, necesito que tengáis Spotify, así podréis tener las canciones que contiene este playlist. Segundo, cuando vayáis leyendo y veáis estos símbolos haced lo mismo con las pistas de música. > = play // >> = siguiente pista 
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(>) Estas vacaciones de Navidad fui con todos mis amigos a celebrar el cumpleaños de uno de ellos, Fran. La gracia, como la mayoría de gente en estas ocasiones, es hacerle la sorpresa de estar en su casa y que nos encontrara allí con un "¡felicidades!"... pero ya sabemos que lo descubre todo. Supongo que es un defecto profesional. Así que, como ya se lo conoce, directamente nos invita a su casa y pasamos el día juntos. Esta vez, pero, nos invitó a "la casa de invierno". Vamos, la casa que tienen sus padres en un pueblecito de los Pirineos.
Subimos la misma mañana temprano con las maletas para quedarnos allí unos días. Fuimos con varios coches, sobretodo por el tema de las maletas, obviamente de las chicas. El viaje aunque largo, pasó rápido. Todos habíamos estado en la casa menos Alicia, así que cuando la vio quedó perpleja.


Era una casa hecha de madera antigua, marrón oscuro de haberse aclimatado a las inclemencias del tiempo húmedo, lluvia y nieve. Preciosa. Sus flores rojas y amarillas esparcidas por su alrededor armonizaban los tiestos de la propia casa, también con flores rojas. El prado verde que le envolvía hacía que esa casa fuera aún más mágica de lo que aparentaba ser sola.
Dejamos las cosas en las habitaciones. Éstas estaban cuidadosamente ordenadas y muy bien decoradas. Mismas tonalidades de colores dependiendo de cada aposento. Los padres de Fran tienen un gusto muy asertivo para este tipo de cosas. Les gusta que todo esté perfecto y esto les hace en sus quehaceres ser impecables.

Amelia, la novia de Fran, y las chicas fuimos a comprar (>>) lo que comeríamos esa noche y además aprovechamos para comprar los víveres para esos días que estaríamos alojados. Los chicos, como hacía frío en esos andares, fueron a preparar el suministro de la casa: luz, agua, chimenea, electricidad, etc. para estar bien equipados. 
 


Eran ya las seis de la tarde que ya empezaba a oscurecer. Mientras estábamos en la cocina, unas ayudábamos más que las otras claro, nos preparamos unos cócteles. Alicia, la que le gusta más todo este tipo de cosas, nos preparó para cada una una bebida que más nos personalizaba y pudiera gustarnos más. Curiosamente acertó a todas menos la de ella. Así tubo la excusa de prepararse una mezcla nueva. Ya la conocemos. Sobre los cócteles, el mío era buenísimo, aunque no me preguntéis qué tenía o cómo se llamaba, ni me acuerdo. Todas las mezclas tenían un toque distintivo, pero he de reconocer que el mío era el más bueno. Alicia había hecho bien su trabajo.
Horas más tarde, la chicas ya habíamos acabado de hacer los entrantes y sólo quedaba terminar los segundos.



Yo salí hacia fuera para avisar a los chicos para que entraran. Pero no podía ver casi nada (>>), sólo dos metros de mí vagamente iluminados por los faroles de la casa. Seguí caminando, pero cada vez la neblina me rodeaba y la poca luz que había iba poco a poco desapareciendo. Oí ruidos. Me paré. No quise dar un paso más.
¿Chicos? – Grité esperanzada que lo que había oído fueran ellos.
¿Ya estáis? ¡nosotras ya casi estamos! – Intenté decirlo de la manera más contundente para no parecer asustada, pero al pronunciar las palabras tartamudeé. El frío tampoco ayudaba a serenarme.




De repente, vi en la lejanía un tintineo de luces (>>), todas de tonalidades grisáceas, amarillas y alguna que otra rosácea. Me acerqué. Oía agua. Era un riachuelo. Como si se tiñeran selectivas gotas de él, subían y bajaban jugando con la corriente. Era mágico. A la vez que me acercaba también aumentaba el número de luces. Estaban esparcidas en un espacio indeterminado, aunque se veía claramente donde empezaba la mancha coloreada y la que separaba de la inmensa oscuridad. Me acerqué un poco más. 


nota: foto de lancara.org
Ahora estaba envuelta de luces. Danzaban y me acomodé a su movimiento. La luces me llevaban hacia un lado para otro, a la vez que me conducían hacia paradero desconocido. Las luces cada vez eran más grandes y más intensas, hasta que...
¿Emma? – 
(>>)  
Mi nombre y unos pequeños golpes en las mejillas me hicieron transportarme dentro de la casa de campo. Ahora ya no oía ningún tintineo, ni veía luces. Ahora estaban mis amigos.
¡Te has dado un viaje del cuarto! ¿Qué has visto? – Y respondí lo que había visto.
¡Fenomenal! Creo chicos que esto se merece un notable alto – Y todos afirmaron con grandes sonrisas.
Eso no eran ni luces, ni aguas, ni danzas, ni maravillas sino otros cuentos. Cuentos de procedencia bohemia verde francesa de 1850.

          

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